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El impacto del hecho digital en niños y adolescentes

junio 6th, 2015 by genisroca

El Hospital Sant Joan de Déu (HSJD) de Barcelona es una de las instituciones médicas materno-infantiles más reconocidas de Europa, y FAROS es su plataforma para la promoción de la salud y el bienestar infantil. En este contexto editan cada año un monográfico para profundizar en un tema concreto, los llamados Cuadernos Faros, y he tenido el honor de coordinar el de este 2015, titulado «Las nuevas tecnologías en niños y adolescentes. Guía para educar saludablemente en una sociedad digital». Es una obra coral en la que 17 reconocidos autores aportan su visión y consejos, y en la que hemos querido coincidir en una mirada optimista y positiva sobre las ventajas y oportunidades que la tecnología aporta y aportará a nuestros hijos, pero también consciente de dónde hay que estar atento y alerta.

Comparto aquí mi artículo en este 9º Cuaderno Faros:

 

El impacto del hecho digital en niños y adolescentes

Hay dos cosas que diferencian a los humanos del resto de especies animales: el lenguaje y la tecnología. Es decir, por un lado nuestra capacidad de comunicarnos, compartir conocimiento y coordinarnos. Y por otro, nuestra capacidad de aumentar nuestras capacidades, de ser más productivos y resolver problemas complejos. Cada vez que la humanidad ha sido capaz de dar un salto cualitativo y significativo en su tecnología o en su capacidad de comunicarse, esto ha tenido profundas consecuencias culturales, sociales y económicas. Los historiadores lo llaman un cambio de era, pues son verdaderos hitos que marcan un antes y un después.

El cambio de era que estamos viviendo está relacionado con la nueva capacidad de los humanos de expresarse con unos y ceros. No importa si se trata de un texto, un sonido, o una imagen, estática o en movimiento, sea lo que sea lo podemos codificar en lenguaje binario y transmitirlo a cualquier parte del mundo casi al instante. Es un hito a la altura de la invención de la escritura, la imprenta, la radio o el cine, pues modifica de manera drástica nuestra capacidad de comunicarnos. Y por tanto modifica los parámetros de las relaciones sociales, y del poder. Esta capacidad de tratar la información con unos y ceros ha dado pie al desarrollo de la informática, y cuando hemos sido capaces de conectar los distintos ordenadores entre ellos hemos alcanzado una capacidad de procesamiento y distribución de la información difícil de asimilar, que no hace más que multiplicarse de forma exponencial una y otra vez.

La Revolución Industrial se basó primero en la máquina de vapor y luego en el motor de explosión y marcó una etapa de desarrollo mundial basada en la ingeniería y las infraestructuras. Supuso la aparición de nuevas industrias y marcó la obsolescencia de viejos modelos productivos que ya han desaparecido. Supuso la aparición de nuevos perfiles profesionales e incluso derivó en un éxodo hacia las ciudades.

Ahora afrontamos una nueva revolución, esta vez digital en lugar de industrial, basada en nuevas maneras de generar y hacer circular la información. La información se ha vuelto central en nuestra sociedad, y los datos son el nuevo motor de la economía.

Nos encontramos en medio del despliegue de una tecnología disruptiva que está modificando la sociedad. Inicialmente solo tenían acceso las empresas y las instituciones, pero ahora buena parte de la ciudadanía ya tiene la capacidad de incorporar sus propios mensajes y contenidos a este flujo binario que conecta el mundo. Y pronto será normal que tengan acceso objetos cotidianos como un coche, un contenedor de basura, una farola de la calle o una prótesis. El resultado es que ahora las familias se hablan por WhatsApp, los alumnos tienen acceso a más información que la conocida por su profesor, no es necesario comprar un periódico para estar informado, los pacientes interrogan a los médicos con convencimiento, los mecánicos de coches llevan bata blanca, y un montón de detalles de nuestra vida cotidiana que se han visto profundamente alterados. La digitalización empieza a ser un requerimiento para ser competente tanto social como profesionalmente.

Este hecho tiene fuertes correlaciones con la profunda transformación económica y social que estamos viviendo. Muchas de las variables que ordenan nuestro entorno se están viendo profundamente modificadas: la información, la tecnología, la enseñanza, la economía, el trabajo… y todo esto impacta de manera relevante en lo que nos define y configura como sociedad: la identidad, la pertenencia, la participación, la colaboración, la autoridad, la propiedad… Aquellos que todavía creen que Internet es un medio frío, técnico, amorfo, banal y superficial harán bien en observar cómo la red es un espacio de relaciones donde la gente juega, se enamora, aprende, trabaja y se ayuda. Un espacio vital.

Cada generación gestiona su cambio

A menudo nos preguntamos dónde nos llevará la tecnología. Cómo cambiará nuestras maneras de hacer y qué impacto tendrá en nuestro día a día. Pero a menudo olvidamos que nosotros también influimos, y mucho, en la tecnología que tenemos. Es complicado saber qué es causa y qué es consecuencia, como también cuesta saber si fue primero el huevo o la gallina. La tecnología nos hará cambiar, pero también es cierto que nosotros hacemos cambiar la tecnología. Tenemos tecnologías que modifican las formas de comunicar porque necesitábamos comunicarnos de distintas maneras. Tenemos tecnologías que nos hacen más sociales porque queríamos ser más sociales.

En una época en que el acceso al conocimiento era un bien escaso, como por ejemplo la época industrial del siglo XIX o la Edad Media, el modelo más adecuado para asegurar procesos de transferencia de conocimiento era recoger a los alumnos en un aula y allí concentrar toda la actividad. En ese edificio estaban los libros, los profesores, la pizarra, los compañeros, y ese era el mejor ambiente y la mejor acumulación posible de recursos para garantizar el conocimiento de una disciplina. Pero el momento actual es muy distinto.

Una transferencia de conocimiento basada en un mismo grupo de alumnos durante un largo periodo de años, un número limitado de profesores, y los recursos de un par de edificios es un modelo que ha quedado claramente obsoleto.

Las escuelas se basan en una tecnología obsoleta, y no nos referimos a si las pizarras son electrónicas o si utilizan ordenadores en lugar de libretas, sino a la arquitectura de un edificio cerrado y la relación con un número limitado de personas. Con la tecnología antigua colaborar era hacer un trabajo en equipo, donde el equipo eran cuatro compañeros que podían quedar al salir de clase. Con la tecnología actual colaborar es hacer un trabajo en red, donde la red pueden ser cientos de personas repartidas por el mundo, la mayoría de las cuales no se conocen ni lo harán.

Tenemos la actual tecnología porque necesitábamos escalar nuestra capacidad de colaborar y compartir, y porque ya no podíamos resolver nuestras necesidades de conocimiento si nos limitábamos a un número pequeño de nodos, y porque necesitábamos acceder casi en tiempo real y ya no era suficiente hacerlo con la demora que provocan las cartas, llamadas y visitas.

Obviamente, es un camino con riesgos. Toda nueva tecnología requiere una fase de adaptación, de prueba y error, que no todo el mundo resuelve con la misma eficacia ni con los mismos resultados. Al descubrir el fuego algunos se quemaron. Al descubrir la aeronáutica algunos se estrellaron. Al descubrir la química algunos se drogaron. Cada descubrimiento, cada exploración, tiene sus riesgos. Pero ahora tenemos el fuego más controlado, los aviones son más seguros, y la química salva vidas. Aunque siguen habiendo malos usos, pero cada vez somos más conscientes y trabajamos para combatirlos y minimizarlos. Ahora estamos en la fase de descubrimiento de lo que llamamos TIC, donde claramente la sociedad se encuentra en pleno período de prueba y error, y observamos preocupados cómo algunos se queman, algunos se estrellan y otros se drogan. Pero también observamos convencidos de que es una tecnología que nos permitirá avanzar, volar más lejos y salvar vidas. Y las dos cosas son ciertas: hay riesgos y hay oportunidades. Somos la generación que deberá aprender a desarrollar y normalizar los usos de una nueva y poderosa tecnología: la capacidad de acceder y compartir información en tiempo real.

El lenguaje es claro: definimos como “tecnología” aquellos avances técnicos posteriores a nuestro nacimiento. Nuestros padres decían “máquina de escribir”, y nosotros no la considerábamos “tecnología”, sino un objeto antiguo casi entrañable. Nosotros decimos que un PC es tecnología, pero nuestros hijos de once años lo consideran un chisme antiguo, casi entrañable. Si tenéis cincuenta años sois la generación que ha enseñado a sus padres a utilizar una máquina de fotos, un ordenador o un teléfono móvil. Nuestros hijos también nos enseñarán a utilizar tecnologías que ahora no podemos imaginar, al igual que nuestros padres no podían imaginar un GPS o una cocina vitrocerámica por inducción.

El reto es cómo acompañamos a nuestros hijos en la etapa de prueba y error que están viviendo con la llegada de estas nuevas posibilidades de comunicarse y acceder a la información.

Muchos cometerán errores. Pero el error más grave es no probarlo.

Mis padres nacieron en un pueblo más bien pequeño, regido por unos determinados usos y costumbres. Soy de esa generación que tuvo el privilegio de jugar en la calle, dejar la bici tirada en cualquier lugar y hacer una cabaña entre varios amigos. Iba a la escuela, jugaba, compraba el pan al volver a casa y todo era razonablemente previsible. Hasta que para progresar en mis estudios tuve que ir a la ciudad. Ese día mis padres me advirtieron de los riesgos que implicaba moverse por una ciudad. Gente desconocida, algunos de ellos malintencionados y otros incluso perversos; coches que circulan alocadamente cuando cruzas; bares y tiendas donde nadie te conoce ni te saluda… pero me dejaron ir. Sabían que la ciudad sería el territorio donde debería desarrollarme con normalidad si quería tener alguna oportunidad. Debía aprender a moverme por la ciudad y, pasado el temor inicial ante la novedad, descubrir que la ciudad también ofrecía grandes oportunidades. Espectáculos culturales que nunca había podido imaginar, espacios de conocimiento más que densos, gente interesante, oportunidades laborales. Hoy la ciudad es el espacio donde vivo, donde me he enamorado, donde aprendo, donde juego y donde intento educar a mis hijos. Vivo en la ciudad.

Pasa algo parecido con Internet. Hay muchos padres preocupados por sus hijos. Pasear por Internet tiene sus riesgos. Está lleno de gente desconocida, algunos de ellos malintencionados y otros incluso perversos, bares y tiendas… pero también espectáculos culturales que nunca habíamos podido imaginar, espacios de conocimiento, gente interesante y muchas oportunidades. Necesitamos que nuestros hijos adquieran habilidades y normalidad en la red, porque esta es la ciudad donde vivirán. Donde se enamorarán, aprenderán, jugarán e intentarán educar a sus hijos. Demorar el acceso a la ciudad hubiera sido crítico para mi desarrollo personal y profesional.

Tengo amigos y compañeros que no gestionaron bien la experiencia. A unos les atracaron, otros cayeron en las drogas y otros confiaron en gente que no merecía ni un saludo. Unos aprendieron mejor que otros las reglas de juego de la ciudad, pero los peor parados fueron los que no hicieron este aprendizaje. Objetivamente, la ciudad es un territorio de oportunidades, y en 2013 fue la primera vez en la historia de la humanidad que hay más gente viviendo en ciudades que no fuera de ellas. Lo mismo sucederá con Internet. Habrá más gente con esta capa digital incorporada en su día a día que no gente sin, y será clave de competitividad. Si deseamos lo mejor para nuestros hijos, lo mejor será que les acostumbremos a visitarla. Y en lugar de darles el mensaje del miedo y convertirlos en recelosos y desconfiados, debemos intentar que vean las ventajas y sepan aprovecharlas. Por eso es bueno empezar a viajar con ellos desde edades tempranas, enseñarles sus rincones preferidos e intentar encontrar los lugares que a ellos más les pueden interesar. Hasta que llega un día en que tenéis que dejarlos ir solos, confiando en que no harán demasiadas tonterías porque los habéis educado bien. Aunque a uno siempre le queda la duda. Pero por muchas dudas que tengamos, sabemos que les tenemos que dejar ir. Es crítico para su desarrollo. Deseamos que sean ciudadanos de pleno derecho en el nuevo mundo que se está gestando.

Cada generación necesita una tecnología, y gestiona los cambios que conlleva. A nosotros nos ha tocado esta, en lugar de la máquina de vapor.

Nuevas competencias, nuevos ciudadanos

En este contexto tanto padres como hijos, y la sociedad en general, tendremos que desarrollar nuevas habilidades y competencias. Algunas más bien complicadas. Tendremos que aprender a gestionar grandes volúmenes de información, relacionarnos de forma multicanal, proteger nuestra privacidad, resolver nuevos problemas de adicción, prever nuevos tipos de exclusión social, cuidar nuestra identidad pública, cambiar los modos de aprender y trabajar, pero también las de jugar y divertirnos. Y seguro que todo esto modificará nuestros empleos, nuestras escuelas, nuestros gobiernos, las formas de expresión artística y buena parte de la actividad económica. No hay mucha duda de que nuestros hijos tendrán que utilizar tecnología, sea cual sea el trabajo que acaben desarrollando y la ciudad o pueblo donde acaben viviendo, pues sin tecnología y una lista de habilidades como las que acabamos de compartir podría ser que no tuvieran demasiadas oportunidades laborales, y lo que es aún peor, sociales.

El mercado laboral valora cada vez más un conjunto de habilidades y recursos que en muchas ocasiones el hijo no puede conseguir si se basa solo en el padre. El padre le puede enseñar un oficio, y le puede facilitar contactos, pero difícilmente le enseñará a manejar grandes cantidades de información provenientes de múltiples fuentes, o tecnologías disruptivas de última generación. Y lo que es peor, no está claro que la escuela o la universidad (por lo menos la de hoy) se lo pueda enseñar. En este contexto los hijos reciben un mensaje inherente: lo que necesitan para relacionarse, y probablemente también para trabajar, depende de técnicas y habilidades que son más fáciles de aprender entre iguales, entre pares, que con padres o profesores.

Si la red te rechaza quedas fuera del circuito de información y de conocimiento y pierdes valor, competitividad, empleabilidad… probabilidad de sobrevivir.

Así pues, Internet no es un repositorio de contenidos. Es un espacio de actividad, un espacio de relaciones e interacciones, y el sentimiento de pertenencia se construye de una manera más sólida allí donde tenemos un mayor número de relaciones e interacciones. Es por eso que nos sentimos más implicados a nivel de ciudad que de región, comarca o país. Y es por eso, también, que muchos de nuestros jóvenes han desarrollado fuertes sentimientos de comunidad y de pertenencia en Internet, donde no hay necesariamente un marco físico y concreto de referencia. El contexto urbano ha sido y es un espacio educativo y socializador. Es el espacio de la escuela, los amigos, los vecinos, del juego, del ocio, del trabajo, del asociacionismo… de los intereses particulares y de los sociales, los personales, los culturales y de los profesionales. Y para muchos Internet ya es lo mismo: un espacio donde las personas se relacionan, aprenden y se desarrollan. Un espacio de conversación y de intercambio de experiencias. En este nuevo siglo que acabamos de empezar los valores de comunidad y los sentimientos de pertenencia se construyen por igual tanto en espacios físicos como en espacios virtuales.

Si comunidad es un grupo humano que logra construir identidad, compromiso, participación, intereses comunes, voluntad de influir, sentimiento de pertenencia, relaciones y señales externas de identidad… ya podemos afirmar que estos ecosistemas también se están desarrollando en la red, en unos espacios que no tienen nada de virtuales, pues son bastante reales como para influir de manera decidida en la educación y la socialización de sus miembros. Al igual que las ciudades.

En parámetros de los especialistas en prehistoria, una tecnología es relevante en la medida que altera la forma en que la gente se gana la vida. La tecnología lítica permitió mejorar las técnicas de caza y manipulación y permitió mejorar las posibilidades de supervivencia de sus usuarios. La tecnología neolítica consistió en la domesticación de ciertas especies, tanto vegetales como animales. Quien aprendió a manejar un cultivo o un rebaño mejoró sus posibilidades de alimentarse y sobrevivir. Y así sucesivamente con el hierro, el vapor, la electricidad, la informática y ahora la red… todas estas tecnologías han alterado la forma en que los humanos (o algunos de ellos) logran sobrevivir, y por tanto, nos han modificado como sociedad.

Tenemos el reto, la oportunidad y la obligación de acompañar a nuestros hijos en el mundo que les ha tocado vivir, que es mejor que el anterior por la sencilla razón de que es el suyo. Y porque tienen a su alcance una tecnología que les permite colaborar más que nunca en la historia.