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El impacto del hecho digital en niños y adolescentes

junio 6th, 2015 by genisroca

El Hospital Sant Joan de Déu (HSJD) de Barcelona es una de las instituciones médicas materno-infantiles más reconocidas de Europa, y FAROS es su plataforma para la promoción de la salud y el bienestar infantil. En este contexto editan cada año un monográfico para profundizar en un tema concreto, los llamados Cuadernos Faros, y he tenido el honor de coordinar el de este 2015, titulado «Las nuevas tecnologías en niños y adolescentes. Guía para educar saludablemente en una sociedad digital». Es una obra coral en la que 17 reconocidos autores aportan su visión y consejos, y en la que hemos querido coincidir en una mirada optimista y positiva sobre las ventajas y oportunidades que la tecnología aporta y aportará a nuestros hijos, pero también consciente de dónde hay que estar atento y alerta.

Comparto aquí mi artículo en este 9º Cuaderno Faros:

 

El impacto del hecho digital en niños y adolescentes

Hay dos cosas que diferencian a los humanos del resto de especies animales: el lenguaje y la tecnología. Es decir, por un lado nuestra capacidad de comunicarnos, compartir conocimiento y coordinarnos. Y por otro, nuestra capacidad de aumentar nuestras capacidades, de ser más productivos y resolver problemas complejos. Cada vez que la humanidad ha sido capaz de dar un salto cualitativo y significativo en su tecnología o en su capacidad de comunicarse, esto ha tenido profundas consecuencias culturales, sociales y económicas. Los historiadores lo llaman un cambio de era, pues son verdaderos hitos que marcan un antes y un después.

El cambio de era que estamos viviendo está relacionado con la nueva capacidad de los humanos de expresarse con unos y ceros. No importa si se trata de un texto, un sonido, o una imagen, estática o en movimiento, sea lo que sea lo podemos codificar en lenguaje binario y transmitirlo a cualquier parte del mundo casi al instante. Es un hito a la altura de la invención de la escritura, la imprenta, la radio o el cine, pues modifica de manera drástica nuestra capacidad de comunicarnos. Y por tanto modifica los parámetros de las relaciones sociales, y del poder. Esta capacidad de tratar la información con unos y ceros ha dado pie al desarrollo de la informática, y cuando hemos sido capaces de conectar los distintos ordenadores entre ellos hemos alcanzado una capacidad de procesamiento y distribución de la información difícil de asimilar, que no hace más que multiplicarse de forma exponencial una y otra vez.

La Revolución Industrial se basó primero en la máquina de vapor y luego en el motor de explosión y marcó una etapa de desarrollo mundial basada en la ingeniería y las infraestructuras. Supuso la aparición de nuevas industrias y marcó la obsolescencia de viejos modelos productivos que ya han desaparecido. Supuso la aparición de nuevos perfiles profesionales e incluso derivó en un éxodo hacia las ciudades.

Ahora afrontamos una nueva revolución, esta vez digital en lugar de industrial, basada en nuevas maneras de generar y hacer circular la información. La información se ha vuelto central en nuestra sociedad, y los datos son el nuevo motor de la economía.

Nos encontramos en medio del despliegue de una tecnología disruptiva que está modificando la sociedad. Inicialmente solo tenían acceso las empresas y las instituciones, pero ahora buena parte de la ciudadanía ya tiene la capacidad de incorporar sus propios mensajes y contenidos a este flujo binario que conecta el mundo. Y pronto será normal que tengan acceso objetos cotidianos como un coche, un contenedor de basura, una farola de la calle o una prótesis. El resultado es que ahora las familias se hablan por WhatsApp, los alumnos tienen acceso a más información que la conocida por su profesor, no es necesario comprar un periódico para estar informado, los pacientes interrogan a los médicos con convencimiento, los mecánicos de coches llevan bata blanca, y un montón de detalles de nuestra vida cotidiana que se han visto profundamente alterados. La digitalización empieza a ser un requerimiento para ser competente tanto social como profesionalmente.

Este hecho tiene fuertes correlaciones con la profunda transformación económica y social que estamos viviendo. Muchas de las variables que ordenan nuestro entorno se están viendo profundamente modificadas: la información, la tecnología, la enseñanza, la economía, el trabajo… y todo esto impacta de manera relevante en lo que nos define y configura como sociedad: la identidad, la pertenencia, la participación, la colaboración, la autoridad, la propiedad… Aquellos que todavía creen que Internet es un medio frío, técnico, amorfo, banal y superficial harán bien en observar cómo la red es un espacio de relaciones donde la gente juega, se enamora, aprende, trabaja y se ayuda. Un espacio vital.

Cada generación gestiona su cambio

A menudo nos preguntamos dónde nos llevará la tecnología. Cómo cambiará nuestras maneras de hacer y qué impacto tendrá en nuestro día a día. Pero a menudo olvidamos que nosotros también influimos, y mucho, en la tecnología que tenemos. Es complicado saber qué es causa y qué es consecuencia, como también cuesta saber si fue primero el huevo o la gallina. La tecnología nos hará cambiar, pero también es cierto que nosotros hacemos cambiar la tecnología. Tenemos tecnologías que modifican las formas de comunicar porque necesitábamos comunicarnos de distintas maneras. Tenemos tecnologías que nos hacen más sociales porque queríamos ser más sociales.

En una época en que el acceso al conocimiento era un bien escaso, como por ejemplo la época industrial del siglo XIX o la Edad Media, el modelo más adecuado para asegurar procesos de transferencia de conocimiento era recoger a los alumnos en un aula y allí concentrar toda la actividad. En ese edificio estaban los libros, los profesores, la pizarra, los compañeros, y ese era el mejor ambiente y la mejor acumulación posible de recursos para garantizar el conocimiento de una disciplina. Pero el momento actual es muy distinto.

Una transferencia de conocimiento basada en un mismo grupo de alumnos durante un largo periodo de años, un número limitado de profesores, y los recursos de un par de edificios es un modelo que ha quedado claramente obsoleto.

Las escuelas se basan en una tecnología obsoleta, y no nos referimos a si las pizarras son electrónicas o si utilizan ordenadores en lugar de libretas, sino a la arquitectura de un edificio cerrado y la relación con un número limitado de personas. Con la tecnología antigua colaborar era hacer un trabajo en equipo, donde el equipo eran cuatro compañeros que podían quedar al salir de clase. Con la tecnología actual colaborar es hacer un trabajo en red, donde la red pueden ser cientos de personas repartidas por el mundo, la mayoría de las cuales no se conocen ni lo harán.

Tenemos la actual tecnología porque necesitábamos escalar nuestra capacidad de colaborar y compartir, y porque ya no podíamos resolver nuestras necesidades de conocimiento si nos limitábamos a un número pequeño de nodos, y porque necesitábamos acceder casi en tiempo real y ya no era suficiente hacerlo con la demora que provocan las cartas, llamadas y visitas.

Obviamente, es un camino con riesgos. Toda nueva tecnología requiere una fase de adaptación, de prueba y error, que no todo el mundo resuelve con la misma eficacia ni con los mismos resultados. Al descubrir el fuego algunos se quemaron. Al descubrir la aeronáutica algunos se estrellaron. Al descubrir la química algunos se drogaron. Cada descubrimiento, cada exploración, tiene sus riesgos. Pero ahora tenemos el fuego más controlado, los aviones son más seguros, y la química salva vidas. Aunque siguen habiendo malos usos, pero cada vez somos más conscientes y trabajamos para combatirlos y minimizarlos. Ahora estamos en la fase de descubrimiento de lo que llamamos TIC, donde claramente la sociedad se encuentra en pleno período de prueba y error, y observamos preocupados cómo algunos se queman, algunos se estrellan y otros se drogan. Pero también observamos convencidos de que es una tecnología que nos permitirá avanzar, volar más lejos y salvar vidas. Y las dos cosas son ciertas: hay riesgos y hay oportunidades. Somos la generación que deberá aprender a desarrollar y normalizar los usos de una nueva y poderosa tecnología: la capacidad de acceder y compartir información en tiempo real.

El lenguaje es claro: definimos como “tecnología” aquellos avances técnicos posteriores a nuestro nacimiento. Nuestros padres decían “máquina de escribir”, y nosotros no la considerábamos “tecnología”, sino un objeto antiguo casi entrañable. Nosotros decimos que un PC es tecnología, pero nuestros hijos de once años lo consideran un chisme antiguo, casi entrañable. Si tenéis cincuenta años sois la generación que ha enseñado a sus padres a utilizar una máquina de fotos, un ordenador o un teléfono móvil. Nuestros hijos también nos enseñarán a utilizar tecnologías que ahora no podemos imaginar, al igual que nuestros padres no podían imaginar un GPS o una cocina vitrocerámica por inducción.

El reto es cómo acompañamos a nuestros hijos en la etapa de prueba y error que están viviendo con la llegada de estas nuevas posibilidades de comunicarse y acceder a la información.

Muchos cometerán errores. Pero el error más grave es no probarlo.

Mis padres nacieron en un pueblo más bien pequeño, regido por unos determinados usos y costumbres. Soy de esa generación que tuvo el privilegio de jugar en la calle, dejar la bici tirada en cualquier lugar y hacer una cabaña entre varios amigos. Iba a la escuela, jugaba, compraba el pan al volver a casa y todo era razonablemente previsible. Hasta que para progresar en mis estudios tuve que ir a la ciudad. Ese día mis padres me advirtieron de los riesgos que implicaba moverse por una ciudad. Gente desconocida, algunos de ellos malintencionados y otros incluso perversos; coches que circulan alocadamente cuando cruzas; bares y tiendas donde nadie te conoce ni te saluda… pero me dejaron ir. Sabían que la ciudad sería el territorio donde debería desarrollarme con normalidad si quería tener alguna oportunidad. Debía aprender a moverme por la ciudad y, pasado el temor inicial ante la novedad, descubrir que la ciudad también ofrecía grandes oportunidades. Espectáculos culturales que nunca había podido imaginar, espacios de conocimiento más que densos, gente interesante, oportunidades laborales. Hoy la ciudad es el espacio donde vivo, donde me he enamorado, donde aprendo, donde juego y donde intento educar a mis hijos. Vivo en la ciudad.

Pasa algo parecido con Internet. Hay muchos padres preocupados por sus hijos. Pasear por Internet tiene sus riesgos. Está lleno de gente desconocida, algunos de ellos malintencionados y otros incluso perversos, bares y tiendas… pero también espectáculos culturales que nunca habíamos podido imaginar, espacios de conocimiento, gente interesante y muchas oportunidades. Necesitamos que nuestros hijos adquieran habilidades y normalidad en la red, porque esta es la ciudad donde vivirán. Donde se enamorarán, aprenderán, jugarán e intentarán educar a sus hijos. Demorar el acceso a la ciudad hubiera sido crítico para mi desarrollo personal y profesional.

Tengo amigos y compañeros que no gestionaron bien la experiencia. A unos les atracaron, otros cayeron en las drogas y otros confiaron en gente que no merecía ni un saludo. Unos aprendieron mejor que otros las reglas de juego de la ciudad, pero los peor parados fueron los que no hicieron este aprendizaje. Objetivamente, la ciudad es un territorio de oportunidades, y en 2013 fue la primera vez en la historia de la humanidad que hay más gente viviendo en ciudades que no fuera de ellas. Lo mismo sucederá con Internet. Habrá más gente con esta capa digital incorporada en su día a día que no gente sin, y será clave de competitividad. Si deseamos lo mejor para nuestros hijos, lo mejor será que les acostumbremos a visitarla. Y en lugar de darles el mensaje del miedo y convertirlos en recelosos y desconfiados, debemos intentar que vean las ventajas y sepan aprovecharlas. Por eso es bueno empezar a viajar con ellos desde edades tempranas, enseñarles sus rincones preferidos e intentar encontrar los lugares que a ellos más les pueden interesar. Hasta que llega un día en que tenéis que dejarlos ir solos, confiando en que no harán demasiadas tonterías porque los habéis educado bien. Aunque a uno siempre le queda la duda. Pero por muchas dudas que tengamos, sabemos que les tenemos que dejar ir. Es crítico para su desarrollo. Deseamos que sean ciudadanos de pleno derecho en el nuevo mundo que se está gestando.

Cada generación necesita una tecnología, y gestiona los cambios que conlleva. A nosotros nos ha tocado esta, en lugar de la máquina de vapor.

Nuevas competencias, nuevos ciudadanos

En este contexto tanto padres como hijos, y la sociedad en general, tendremos que desarrollar nuevas habilidades y competencias. Algunas más bien complicadas. Tendremos que aprender a gestionar grandes volúmenes de información, relacionarnos de forma multicanal, proteger nuestra privacidad, resolver nuevos problemas de adicción, prever nuevos tipos de exclusión social, cuidar nuestra identidad pública, cambiar los modos de aprender y trabajar, pero también las de jugar y divertirnos. Y seguro que todo esto modificará nuestros empleos, nuestras escuelas, nuestros gobiernos, las formas de expresión artística y buena parte de la actividad económica. No hay mucha duda de que nuestros hijos tendrán que utilizar tecnología, sea cual sea el trabajo que acaben desarrollando y la ciudad o pueblo donde acaben viviendo, pues sin tecnología y una lista de habilidades como las que acabamos de compartir podría ser que no tuvieran demasiadas oportunidades laborales, y lo que es aún peor, sociales.

El mercado laboral valora cada vez más un conjunto de habilidades y recursos que en muchas ocasiones el hijo no puede conseguir si se basa solo en el padre. El padre le puede enseñar un oficio, y le puede facilitar contactos, pero difícilmente le enseñará a manejar grandes cantidades de información provenientes de múltiples fuentes, o tecnologías disruptivas de última generación. Y lo que es peor, no está claro que la escuela o la universidad (por lo menos la de hoy) se lo pueda enseñar. En este contexto los hijos reciben un mensaje inherente: lo que necesitan para relacionarse, y probablemente también para trabajar, depende de técnicas y habilidades que son más fáciles de aprender entre iguales, entre pares, que con padres o profesores.

Si la red te rechaza quedas fuera del circuito de información y de conocimiento y pierdes valor, competitividad, empleabilidad… probabilidad de sobrevivir.

Así pues, Internet no es un repositorio de contenidos. Es un espacio de actividad, un espacio de relaciones e interacciones, y el sentimiento de pertenencia se construye de una manera más sólida allí donde tenemos un mayor número de relaciones e interacciones. Es por eso que nos sentimos más implicados a nivel de ciudad que de región, comarca o país. Y es por eso, también, que muchos de nuestros jóvenes han desarrollado fuertes sentimientos de comunidad y de pertenencia en Internet, donde no hay necesariamente un marco físico y concreto de referencia. El contexto urbano ha sido y es un espacio educativo y socializador. Es el espacio de la escuela, los amigos, los vecinos, del juego, del ocio, del trabajo, del asociacionismo… de los intereses particulares y de los sociales, los personales, los culturales y de los profesionales. Y para muchos Internet ya es lo mismo: un espacio donde las personas se relacionan, aprenden y se desarrollan. Un espacio de conversación y de intercambio de experiencias. En este nuevo siglo que acabamos de empezar los valores de comunidad y los sentimientos de pertenencia se construyen por igual tanto en espacios físicos como en espacios virtuales.

Si comunidad es un grupo humano que logra construir identidad, compromiso, participación, intereses comunes, voluntad de influir, sentimiento de pertenencia, relaciones y señales externas de identidad… ya podemos afirmar que estos ecosistemas también se están desarrollando en la red, en unos espacios que no tienen nada de virtuales, pues son bastante reales como para influir de manera decidida en la educación y la socialización de sus miembros. Al igual que las ciudades.

En parámetros de los especialistas en prehistoria, una tecnología es relevante en la medida que altera la forma en que la gente se gana la vida. La tecnología lítica permitió mejorar las técnicas de caza y manipulación y permitió mejorar las posibilidades de supervivencia de sus usuarios. La tecnología neolítica consistió en la domesticación de ciertas especies, tanto vegetales como animales. Quien aprendió a manejar un cultivo o un rebaño mejoró sus posibilidades de alimentarse y sobrevivir. Y así sucesivamente con el hierro, el vapor, la electricidad, la informática y ahora la red… todas estas tecnologías han alterado la forma en que los humanos (o algunos de ellos) logran sobrevivir, y por tanto, nos han modificado como sociedad.

Tenemos el reto, la oportunidad y la obligación de acompañar a nuestros hijos en el mundo que les ha tocado vivir, que es mejor que el anterior por la sencilla razón de que es el suyo. Y porque tienen a su alcance una tecnología que les permite colaborar más que nunca en la historia.

Cada revolución tecnológica pide su lucha social

marzo 25th, 2015 by genisroca

A4B-Logo-470x348Apps4Bcn es una interesante iniciativa del Ayuntamiento de Barcelona para que sus ciudadanos y visitantes descubran aplicaciones móviles que les ayuden a vivir mejor la ciudad. Bajo la tutela de la empresade Dotopen, se presentan ordenadas por distintas categorias (salud, música, cultura, comida…) y también se pueden ordenar a partir de la valoración que han recibido. Un intento más que loable de desintermediación, ya que las tiendas de Apple o Android se ordenan con otros criterios, y una ciudad y sus ciudadanos merecen tener color propio.

El equipo de Apps4Bcn mantiene un blog (en catalán) donde van comentando la actualidad mobile de la ciudad, y en este contexto cada mes entrevistan a algún experto, privilegio con el que me han honrado este mes de marzo. Reproduzco la entrevista a continuación, el original de la cual está disponible en este enlace.

 

¿Qué valor añadido aporta tu formación como arqueólogo cuando se trata de acompañar a las empresas en su transformación digital?

La evolución humana está marcada por la aparición de tecnologías que modifican nuestra manera de producir, o de transmitir conocimiento. El arqueólogo no está interesado en la herramienta, sino en su impacto en las maneras de organizar el espacio, el trabajo, las relaciones, la cultura, el aprendizaje… No cabe la menor duda de que nos hallamos en uno de estos momentos de cambio asociado a una tecnología muy potente, y la mirada del arqueólogo ayuda a tomar perspectiva y a no caer en la trampa del análisis sólo en base a la última novedad o al último gadget. Cambia la manera de relacionarnos, cambia la manera como construimos autoridad, identidad o propiedad, cambian los modelos de negocio. Es apasionante.

 

¿En qué sectores está siendo más difícil la digitalización? ¿Las empresas son conscientes de que deben asumir este reto?

Ahora lo llamamos digitalización, pero antes le llamábamos informatización. Y sí, todas las empresas son perfectamente conscientes de que informatizar los procesos les permite no sólo escalar y optimizar, sino incluso repensar sus servicios y productos. Ahora bien, el mayor o menor énfasis en esta digitalización suele ser consecuencia directa de una necesidad. A los que las cosas les van muy bien les cuesta más cambiar, mientras que los que tienen problemas están más motivados para explorar nuevas soluciones. Pero básicamente, el músculo de la innovación es la necesidad. Hay quien ha puesto el acento en digitalizar sus procesos internos (contabilidad, gestión de equipos y personas, gestión de stocks, gestión de proveedores…) y hay quien ya ha hecho el salto hacia la digitalización de los puntos de contacto con su cliente (más evidente en empresas de servicios que en empresas de producto). Y los más avanzados ya están proponiendo nuevos servicios y productos e incluso nuevos modelos de negocio. Lo que parece bastante innegable es que la digitalización es un camino tan ineludible como lo fue el uso de la electricidad. Ahora en ciertos sectores una mayor o menor digitalización aún supone una ventaja competitiva, pero muy pronto será una condición de obligado cumplimiento si se quiere ser competitivo.

 

Como experto en economía digital, ¿cómo piensas que está contribuyendo la industria de las aplicaciones a este cambio de paradigma?

La industria de las aplicaciones es la nueva industria del software. Antes los ordenadores ocupaban una habitación y utilizaban programas informáticos muy complejos. Cuando los ordenadores se hicieron más pequeños y sólo ocupaban una mesa, el software también se hizo más ligero, y apareció la ofimática. Y ahora que los ordenadores se han hecho aún más pequeños y ya nos caben en el bolsillo, el software también se ha hecho más ligero y lo definimos como apps. Los ordenadores móviles (un smartphone no es un teléfono móvil, sino un ordenador móvil)  se utilizan en tiempo real en cualquier tipo de situación (una acción concreta en un momento concreto ante una situación concreta), y esto se resuelve mejor con un programa concreto que con un gran paquete integrado. La nueva arquitectura del software es modular, y lo llamamos apps. En lugar de un paquete integrado que lo quiere resolver todo (como antes) ahora cada cual escoge los módulos que necesita (las apps) y se configura su propio ordenador (su smartphone).

 

Desde el punto de vista de un negocio, ¿cuáles son las características más valiosas de una app?

La característica más valiosa, y más peligrosa, es que se trata de un software que utilizamos en un contexto determinado, y que esta información de contexto se puede registrar. En un lugar concreto, en un momento concreto. El contexto en el que utilizamos las cosas es un nuevo flujo de datos que se incorpora al diseño de los servicios. Y además, ahora sí, esta informática nos identifica de manera unívoca. Antes, con los ordenadores personales, podías tener la duda de quién estaba tras el teclado: si el padre, la madre o el hijo. Pero ahora no hay ninguna duda: cada miembro de la familia tiene su propio ordenador, y por tanto los flujos de datos que se generan están identificados y contextualizados. Hay un montón de apps que basan su propuesta de valor en estas variables, pero aún hay muchas que se limitan a adaptar un contenido al tamaño de la pantalla del móvil, sin ofrecer ninguna mejora a partir de estas variables.

 

¿Te atreves a hacer una previsión sobre el uso de las apps de aquí a 5 años?

Cada revolución tecnológica pide una lucha social. La llegada del vapor y del motor de explosión dio pie a la revolución industrial, al desarrollo de las fábricas y a una cultura del trabajo tan explotadora que hizo necesaria la aparición del movimiento sindical. En aquel momento alguien tuvo que arriesgarse a luchar contra una situación, en este caso en defensa de los derechos de los trabajadores. Ahora estamos en un momento similar: la digitalización genera tantos flujos de datos personales que nuestra privacidad, nuestra intimidad, está claramente amenazada. Y seguro que será necesaria una lucha social en defensa de nuestra privacidad. ¿Qué empresas tienen qué datos mios?, ¿para qué los utilizan?, ¿qué derechos tengo?, ¿y qué derechos tienen ellas?. Será necesario pelearse. Y fuerte. Las apps y los móviles son el sistema más poderoso de generación de datos personales que ha existido jamás, y habrá que ponerlo bajo control. Ya tenemos ejemplos de esta nueva lucha social, como el famoso caso Snowden.

 

«Hoy la información es poder… si la compartes»

marzo 19th, 2015 by genisroca

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El mundo de la cocina nunca ha dejado de fascinarme. Hay pocas disciplinas que combinen con tanta normalidad la sensibilidad y el sentido artístico con la ciencia y los negocios. Las cocinas son auténticos laboratorios de innovación que exponen cada día su exploración al juicio público de críticos y comensales, y todo ello asumiendo riesgo empresarial. Por si fuera poco, aplican técnicas de conocimiento compartido: publican sus recetas, comparten experiencias, y los chefs tienen por costumbre reunirse a la mínima que tienen ocasión, bien sea para compartir, bien para emprender. En este contexto, desde el 2007 el mundo de la cocina se reúne cada dos años en San Sebastián, en un congreso llamado Diálogos de cocina cuyo principal objetivo es provocar un diálogo multidisciplinar y donde esperan y desean ser influenciados por otras miradas y puntos de vista. Más de un sector, y de dos, debería tomar buena nota.

Este 2015 he tenido el honor de ser invitado a participar de este evento de debate e intercambio de opiniones, y a raíz de ello me hicieron la entrevista que ahora transcribo, que han publicado en Papeles de Cocina, una revista especializada que ha nacido al calor de esta iniciativa. La entrevista fue por teléfono y corrió a cargo de Raúl Nagore, y la ilustración que la acompaña es obra de Guillermo Ganuza, quien se basó en una imagen en la que me veo gordo :) . El original de la entrevista está disponible en este enlace.

 

Eres arqueólogo y dices que aprendiste de la arqueología que una tecnología es relevante en la medida en la que influye en tu capacidad de sobrevivir. Supongo que una de las lecturas de esto es: una tecnología lo suficientemente relevante puede acabar contigo y tus posibilidades de desarrollo y participación en la sociedad si no la incluyes en tu vida.

Lo que intentaba expresar con esto es que hay una relación bastante directa entre ciertas tecnologías y tu competitividad, tu capacidad de encontrar un trabajo, de que se te valore, de que se te reconozca. Tú eres periodista. Si ahora dijeras que no sabes manejarte con un ordenador, que prefieres escribir a mano, eso te iría restando competitividad. Lo mismo pasa con la cocina y con los talleres de coches, con los chóferes de autobús… Me parece bastante obvio que estamos ante una tecnología que está cambiando toda esa competitividad.

Comparas esta incipiente era de la hiperconectividad en tiempo real con otros cambios fundamentales en la historia de la humanidad, como la aparición de la agricultura, por su capacidad de alterar para siempre el modelo social y económico. ¿Qué consecuencias de esta ruptura vamos a ver en los próximos, digamos, cincuenta años?

No lo sé. Lo que sí sé es que hasta ahora saber cosas era algo valioso. Ahora lo es menos, porque si hay algo que no sé, lo puedo consultar y resolver en dos segundos, con lo cual lo más interesante es ser capaz de entender las cosas, asociarlas y relacionarlas. Pero el hecho de saber algo ha perdido bastante valor. ¿A cuánto se cambia el dólar? No tengo ni idea, pero lo puedo mirar en un segundo. ¿Cuántos goles marcó no sé quién la temporada pasada? No tengo ni idea, pero lo puedo saber en un instante. Cosas que hasta ahora eran importantes en cuanto al conocimiento ahora lo son menos. Por otro lado, creo que ahora lo más importante es la capacidad que tienes de colaborar con otros. Lo ha sido siempre, pero hoy se vuelve a poner en evidencia. Ahora, cuando no sé hacer algo, mi mejor opción no es ponerme a estudiar tres años, sino localizar a alguien que sí sabe hacerlo y preguntárselo. La capacidad de encontrar al compañero que sí sabe hacer algo para que me lo explique depende dos cosas: de tener acceso a mucha gente y de que cuando encuentres a la persona adecuada te lo quiera contar. La mejor manera de que te lo quieran contar es que tú también cuentes cosas de vez en cuando. Al final es una economía de intercambio. Yo te cuento lo que sé, tú me cuentas lo que sabes. Si alguna vez tú me preguntas algo que yo sé y yo no te lo cuento, esto me penalizará mucho en un sistema así. Si nos fijamos en los chavales, cuando quieren pasar la cuarta pantalla del videojuego, la última opción es mirar en un manual. La primera es preguntárselo a un colega. Cuando descubren a uno que sí sabe pasar esa pantalla y no lo cuenta, lo ponen en la lista de los malos. A veces suelo decir que hasta ahora, la información era poder, ahora lo es si la compartes. Pero si retienes la información, eso ya no es poder. Además, la información hoy en día sólo es útil si está muy actualizada. Y para que esté muy actualizada, en lugar de tener una caja llena de información lo que necesitas es estar en un flujo de información. Y esos flujos funcionan porque das y recibes, das y recibes, das y recibes…. Si te quieres poner muy estupendo, siempre ha sido así, pero lo de ahora me parece definitivo.

Te gusta citar al sociólogo polaco Zygmunt Bauman y su afirmación de que vivimos en un mundo “líquido”. ¿En qué consiste esa “liquidez”?

Antes las cosas eran bastante más estables que ahora. Una persona tenía un oficio y trabajaba de eso toda la vida, en la misma empresa. Te casabas con la novia de toda tu vida. Bauman dice que antes la sociedad era una estructura estable y que, en cambio, ahora todo es bastante inestable y provisional. Hay muchas más modalidades en las relaciones de pareja de las que había antes. La gente cambia de oficio, no de trabajo, de media, seis veces en la vida. Y ya no digamos de trabajo. A toda esa situación tan inestable Bauman la denomina “tiempos líquidos”. Él dice que hoy la sociedad es una red de conexiones y desconexiones, que las cosas se conectan a la misma velocidad a la que se pueden desconectar. Hoy tienes trabajo, mañana no lo tienes. Hoy haces esto, mañana haces otra cosa. Ese concepto lo ha desarrollado en distintos ámbitos: sociedad líquida, trabajo líquido, amor líquido… Creo que es una buena metáfora para entender el lío en el que estamos metidos.

Bauman también ha dicho que en la sociedad de la comunicación todos obtenemos información sobre todo el mundo y ya no nos comparamos con los vecinos del al lado, sino con gente de todas partes y con lo que se presenta como vidas decentes y dignas, lo que puede resultar humillante…

El proceso que estamos viviendo no está exento de problemas. Hemos ampliado nuestras redes y eso hace que nuestros entornos sean más densos. Si antes estabas en un ecosistema de veinte colegas, ahora estás en uno de doscientos mil, con lo cual antes eras el diez de veinte y ahora eres el cien mil de doscientos mil. Y eso puede ser humillante según cómo te lo quieras tomar. Pero al final esto va a ser una cuestión de actitud y de cómo afrontes ese tipo de cosas. Ahí no soy tan pesimista como Bauman. También creo que la gente tiene sentido común. Si nos fijamos en la fecha de creación de Youtube, de Twitter, de Facebook, de esas plataformas en las que la gente hoy se está expresando, nos damos cuenta de que fue en el 2005, 2006 o 2007. Con lo cual, es un fenómeno increíblemente reciente. Por lo tanto, en parámetros de sociedad, eso aún no está consolidado. De hecho, los chavales ya no están tanto en Facebook como solían, y si lo miras con perspectiva, eso ha sido un accidente espacio-tiempo de seis, siete, ocho o nueve años. La mayoría de las conversaciones que antes había en la red ahora se han ido a WhatsApp, son conversaciones cerradas que sólo ve el destinatario. Los comentarios estúpidos que antes había en las redes sociales ahora quizá son igual de estúpidos, pero están en WhatsApp, lo que nos dice que tu sentido común va corrigiendo esta situación pensando en tu identidad pública, en lo que la gente puede pensar de ti. Cada vez somos más conscientes de que tenemos una identidad digital pública y una identidad digital privada. Sabes que en WhatsApp puedes ir más o menos a saco y en cambio en Facebook, Twitter, etc. te pones más modoso porque eres consciente de que estás proyectando una imagen a un potencial empleador, a una persona a la que quieres convencer de algo, etc. Me parece que esto se está corrigiendo más rápido de lo que parece y que ha durado menos de lo que parece.

Dices que desde que se inventó internet hemos pasado de la internet de los ingenieros a la de las empresas, después a la de las personas… y hoy entramos en la “internet de las cosas”. ¿Qué debemos esperar de esta nueva fase?

Al principio accedía a internet sólo la gente de laboratorio, después lo hicieron las empresas, ahora lo hacen todas las personas. Cada vez que uno de esos ecosistemas accede a internet aporta sus datos, opiniones y maneras de ver el mundo. Ahora es el turno de los objetos, de sensores que aportan a internet un dato: el parking está libre, el coche está circulando, el tren está a punto de llegar, el enfermo se ha caído de la cama, tus pulsaciones han subido a 120… Cada vez que ha llegado una nueva capa a internet ha cambiado cosas y ha puesto en su sitio a las anteriores. Cuando en internet sólo estaban las empresas, la red era de una manera. Cuando llegaron las personas, pusieron a las empresas en su sitio. La gente empezó a decir que ese hotel que decía de sí mismo que era estupendo, en realidad estaba muy guarro y no era tan céntrico. La internet de las personas no anuló a la de las empresas, simplemente la corrigió y, por tanto, la mejoró. Y ahora llega la internet de las cosas, que creo que va a poner en su sitio a la de las personas. Llega otro gran flujo de datos que va a hacer que muchas decisiones se basen en esos datos y no en las opiniones que hasta ahora había. Ahora hay opiniones sobre si es fácil o difícil aparcar en Barcelona, pero dentro de poco eso estará basado en datos. Por otro lado, la internet de las personas, la internet de las opiniones, da mucho trabajo pero poco dinero. Si tú tienes un restaurante, en las redes te pueden hundir, pero por tener un Facebook chulo no llenas cada noche. La internet social nos ha obligado a atender una conversación, a participar de una conversación, a entender que hay una conversación, lo que está muy bien, pero no tanto en términos de negocio. En cambio, la internet de los objetos que llega ahora va directa a servicio y a monetización. Siempre pongo el mismo ejemplo: hay varios laboratorios farmacéuticos que han desarrollado una tirita que te puedes poner donde te apetezca y te mide el nivel de glucosa en sangre. Está sincronizada con tu teléfono móvil y así emite el dato. Si te pones a 180 de azúcar el teléfono vibra y te avisa, si te pones a 250 te llama un médico. Si a tu padre, que tiene 80 años y vive solo, le pasara algo, gracias a esa tirita le atenderían y a ti te avisarían. ¿Cuánto vale la tirita? Nada. Pagarás una cuota mensual por ese servicio de monitorización de tu padre, que es posible gracias a esta internet de las cosas, de esos sensores que emiten un dato y en función de ese dato hacen que ocurran cosas. Eso monetiza mejor que decir “opino que te veo pálido”.

¿Cómo crees que afectará la “internet de las cosas” a los restaurantes y el mundo de la gastronomía en general?

Si lo estiras un poco más, se podría llamar la “internet de los datos”, porque lo que hacen esas cosas es generar un dato y emitirlo. En el caso de la restauración puede ser importante en lo que respecta a tener información sobre tus clientes. Una persona se sienta en tu mesa y la atiendes con todo el cariño durante tres horas, pero cuando se va sigue siendo anónima, no sabes quién es ni te interesa saberlo, más allá de si te ha dejado propina o de si tiene cara de contento. Pero sería interesante saber si esa persona ha venido desde muy lejos, si es la primera o la cuarta vez que come en tu restaurante, si sus comidas son de trabajo o familiares… Se trata de obtener datos para entender mejor cuál es tu público. Hoy por hoy el banco tiene más información de los clientes de un restaurante que el camarero, porque al pagar con la tarjeta de crédito el banco sabe que se trata de una tarjeta de empresa, emitida en Barcelona, etc… y además tiene los datos agregados de todos los restaurantes de la zona. El banco te podría decir que tu precio medio es de 36 euros, mientras que los de tu categoría en la misma zona están en 28 euros; te podría decir que tus competidores están facturando el triple, el doble o la mitad que tú… Que el banco disponga de más datos que tú sobre tus clientes y tu empresa no creo que sea un buen negocio. Más de uno va a empezar a reaccionar. Una forma de reaccionar es abordar al cliente que entra por la puerta y empezar a hacerle preguntas raras que le van a hacer sentir incómodo (¿qué te importa a ti de dónde soy o qué edad tengo?). Otra es que el restaurante haga un trato con el banco. Pero también puedes tener un sensor en la puerta que detecte que ese móvil que acaba de entrar ya ha estado aquí tres veces en lo que va de año. Aunque no sepas el nombre ni el número de esa persona, sabes que ese móvil ha entrado en el restaurante tres veces. Es una manera de conseguir datos sin tocar las narices a la gente. Hasta ahora, para entender qué es lo que estaba pasando, capturabas opiniones. Ahora, además, capturarás datos.

Desde que cualquiera puede publicar opiniones en internet, muchas esferas profesionales se han visto afectadas, y el negocio de la restauración es una de ellas. Antes llegaba un crítico a un restaurante y publicaba una reseña en un periódico o un medio especializado. Hoy cualquiera publica a diario su experiencia en un foro o en Twitter o en cualquier otra plataforma. ¿Hasta qué punto debe un restaurante monitorizar todas esas opiniones sobre su negocio?

Gente opinando sobre nuestro restaurante ha habido siempre, con o sin internet. Y lo que nos preocupaba era la opinión expresada por gente relevante. Si yo voy a tu restaurante y opino que he comido muy bien, lo agradeces, pero en el fondo da un poco igual. En cambio, si voy a tu restaurante y soy el crítico gastronómico de El País, ya te parece mejor, porque es una opinión más relevante. En internet han ido apareciendo nuevos actores relevantes cuyas opiniones pueden tener importancia porque, por la razón que sea, han sido capaces de congregar a una cierta audiencia. Antes pasaba exactamente lo mismo, pero entonces las fuentes a vigilar las tenías muy controladas: revistas especializadas, prensa, Michelin… Ahora, con la llegada de lo digital, ha aparecido un nuevo ecosistema y hubo que aprender a discernir quiénes eran realmente influyentes y quiénes no eran nadie. “Es que han publicado una crítica muy mala en un blog”. Ya, pero ese blog no lo lee nadie. “Sí, pero si lo buscas en Google, sale”. Sí, pero en el resultado 256, y no hay ningún enfermo que mire las veinticinco pantallas de resultados de Google, o sea que no pasa nada. Es lo mismo que si alguien hubiese hecho un comentario andando por la calle. En fin, esto es algo que hubo que aprender.

Esto nos lleva al concepto de autoridad. Antes el filtro de la calidad, especialmente en el mundo de la creación, lo tenían, además de los críticos, en el mundo de la música o la literatura, por ejemplo, las editoriales y las casas discográficas, que decidían qué publicar y qué no en función de unos criterios de calidad y comerciales. Ahora que todo el mundo puede publicar y divulgar sus creaciones. ¿Están esas viejas figuras de autoridad en vías de extinción?

Ahora hay más gente con capacidad de publicar, pero sigue habiendo poca gente con capacidad de influir. La capacidad de influir depende de tu reputación, de tu credibilidad, etc. Un necio que dice necedades, por mucho que pueda publicar, difícilmente merecerá reputación y audiencia. Cuando a alguien le leen diez mil, por algo será. Si miente sistemáticamente, difícilmente va a tener esas audiencias. Al final va a pasar lo mismo que en los medios offline: las audiencias tienen una razón de ser. O alguien ha invertido mucho dinero en eso o alguien ha merecido mucha reputación o algo ha pasado. También hay quien vive de los viejos tiempos. Hay periódicos que… qué quieres que te diga, viven del prestigio que se labraron en otra época. Pero lo van perdiendo, y llega un punto en el que las ventas caen y pierden los anunciantes y al final las cosas se van poniendo en su sitio, más deprisa o más despacio. Gente opinando sobre un restaurante va a haber siempre, pero nosotros seguiremos tratando de buscar y leer una opinión reputada. Es cierto, las opiniones de un indocumentado también se publican, pero no son relevantes. Por otra parte, el prestigio que han ganado las webs de comentarios casi siempre es consecuencia de que en el sistema faltaba algún método de evaluación. Es claro el ejemplo de los hoteles y Tripadvisor. Yo quiero irme tres días a Turín, ciudad en la que nunca he estado y que desconozco por completo, y antes buscaba un hotel y el sistema oficial me decía: “¿De qué lo quieres, de tres estrellas o de cuatro?”. Hombre, ¿no hay más información? Necesito saber si el servicio es amable, si el hotel está cerca del centro… necesito un sistema de clasificación que responda a todo esto. Y como el sector no lo hizo, se lo hicieron. Estos sistemas de evaluación hechos por el público casi siempre surgen como reacción a un sistema de ranking mal hecho por la industria.

Los conceptos de identidad y participación se están modificando radicalmente. ¿Llegará un punto en el que no participar en internet, no tener una identidad digital, equivaldrá a la invisibilidad, incluso a la no existencia?

No. Identidad digital tenemos todos. Es el resultado de lo que tú has hecho en la red o bien el resultado de lo que otros han opinado de ti en la red. Es como decir “yo nunca he hecho la declaración de la renta”. Bueno, pero cada vez que tu nombre ha aparecido en una nómina o has pagado con una tarjeta, quedan huellas, has dejado una traza económica, aunque no hayas hecho la declaración. Del mismo modo, aunque no utilices internet, hay una traza digital de tu actividad. Tú no estás en internet, pero tu operador de telefonía móvil sabe por dónde te mueves y a quién llamas, tu banco sabe cuánto dinero ganas, quién te lo paga y en qué te lo gastas. Y esos operadores trabajan en digital, no en tablillas de barro. Así que tu actividad deja una traza digital. A partir de ahí, si quieres te preocupas por ella y por lo que se dice de ti o escondes la cabeza en plan avestruz como si eso no fuese contigo.

¿Qué clase de destrezas debe desarrollar un individuo, una empresa (y especialmente un restaurante) para tener presencia en internet? ¿Qué aplicaciones y qué redes sociales resultarían especialmente adecuadas para el negocio de la restauración?

Cada objetivo, cada negocio que tengas, seas persona o seas empresa, es susceptible de ser más adecuado en un sitio que en otro. Por ejemplo, si quieres organizar un congreso de cirugía cardiovascular especializado en la aorta izquierda, Facebook no parece el mejor sitio del mundo para hacerlo. Pero si eres una editorial de libro juvenil, Facebook puede ser un buen sitio para explicar lo que estás haciendo. Al final, resumiéndolo mucho, las redes sociales son grupos de gente reunidos por una causa o un interés común. Si tu propuesta o tu servicio pueden coincidir con unos grupos de interés, tiene todo el sentido del mundo que vayas allá. Para mí Facebook son sobre todo grupos de ocio, especialmente juvenil, así que no voy a lanzar una propuesta como la del congreso de cirugía en un espacio así. A lo mejor encuentro páginas web, foros o grupos de WhatsApp donde se han unido grupos de cardiocirujanos. Hay que buscar un sitio donde haya una audiencia segmentada para tu interés. Por otra parte, hay que hacerlo en un espacio en el que se entiendan las reglas del juego: entiendo qué es un retuit, entiendo que escribir en mayúsculas en un email equivale a gritar, entiendo el código de la herramienta. Cuando me preguntan algo así mi primera respuesta siempre es “no uses nada que no entiendas”. Y también añado “no uses nada que no sepas para qué sirve”. Si quieres hacer una mesa de madera y vas a Leroy Merlin, no te vas a comprar todas las herramientas, te compras aquellas que sabes para qué sirven y que sabes usar. Explicado así, parece todo muy tonto y muy obvio, pero no sé por qué razón cuando vamos a lo digital perdemos ese sentido común.

Quizá porque hay una cierta presión social. Si no estás Twitter o en Facebook o en WhatsApp, estás fuera…

Aquí hay un sentido de élite exploradora que hace sentir muy mal al otro. Todos hemos tenido un amigo listillo en estos temas digitales que te chulea. Tú le dices: “He hecho un vídeo y lo he puesto en Youtube”. Y él te contesta: “¿En Youtube? Mola mucho más Vimeo”. Tío, déjame en paz. De todas maneras, todas estas cosas se van poniendo en su sitio, y aún estamos con el fogonazo de la novedad.

¿Cuál es el futuro de quienes ponen la base para que todos estos servicios existan, las compañías telefónicas? Ahora mismo puedo hacer una llamada gratis a, digamos, Canadá, a través del Messenger de Facebook… sin tener que “quedar” en Skype.

Yo les pago mi cuota mensual de datos, de línea… Lo que tienen que hacer esas compañías es seguir avanzando y evolucionando en ser plataformas de servicios. Por ejemplo, ese servicio de la tirita que comentábamos antes… ¿por qué no se plantean ofrecerlo ellos? Al final es lo de siempre, tienen que ir ampliando el catálogo de servicios. Al principio sólo hacían llamadas de voz y un día dijeron: “¿por qué no enviamos mensajes de texto?”. Y entonces se inventaron el sms y ganaron un pastón. Luego llegó otra novedad e hizo que el sms dejara de usarse. Tienen que continuar pensando en otras fórmulas. Se inventaron el fax y lo usamos, se inventaron el sms y lo usamos. Ellos tampoco han estado quietos. No entiendo por qué ahora deberían parar de hacer eso. Es como si la compañía eléctrica se quejara porque sin electricidad todo esto no funcionaría. Telefónica acaba de comprar los derechos de las motos, del fútbol… y en la misma línea de teléfono te envía tele y te cobra una cuota por la tele. Vale, perfecto. Ya no van a ser llamadas de voz, van a ser datos y contenidos. Ya que me están ofreciendo televisión, ¿me podrían ofrecer disco y así guardar mis archivos en su nube en lugar de hacerlo en la de Google? En todo caso, si yo fuera Telefónica, no me quejaría. Menudo negocio.

¿Qué conclusiones sacaría un arqueólogo sobre el momento en el que vivimos dentro de 2.000 años?

Siempre pongo el mismo ejemplo. Hubo varias revoluciones tecnológicas que cambiaron el mundo: la industria lítica, la agricultura y domesticación de las especies, la revolución industrial con el vapor… La revolución neolítica se hizo en unos 20.000 años, la industrial en unos 150 o 175 años… Esta última revolución, que está modificando el mundo de la información, la política, la educación, la cultura, el arte, la economía… es tan rápida y tan vertiginosa que vamos a ser capaces de resolverla en 60 o 70 años. Eso es muy rápido. Cuando miro a los de Apple, que sacan un teléfono al año –y si no lo tienes pareces tonto–, siempre digo: “Son sesenta años, un poco de tranquilidad”. En Cataluña hay unos 100.000 maestros en primaria y secundaria. La transformación digital del sistema educativo depende de que esas 100.000 personas se transformen, y eso es directamente imposible, por muchos cursillos que des. Como mínimo, se va a tardar lo que tarden en ser sustituidos algunos de ellos biológicamente, con lo cual, treinta o cuarenta años no se los quita nadie de encima. O sea que todo esto tiene un tempo vertiginoso, pero en términos históricos “vertiginoso” significa 50 años. La primera vez que un particular accedió a internet en España fue a finales del 94, hace veinte años… El primer IBM PC de la historia es del 81. Y ayer, cuarenta años después, aún estábamos discutiendo si dejábamos los ordenadores en el aula o si hacíamos un aula para ordenadores… O sea que si tomas un poco de perspectiva, ves que las cosas tienen un tempo. Hay gente que dice “me ha pillado mayor esto…”. Pues en los próximos veinte años te vas a aburrir bastante…

Hace poco vi el siguiente letrero en un bar en La Rioja: “No tenemos wifi. Tendrán que hablar entre ustedes”.

Ingenioso, sí…. Me parece bien que seas capaz de tener una conversación sin tanta tontería, pero voy a contraatacar con otra cosa: no les deseo a mis hijos ningún empleo que no tenga asociado el uso de alguna tecnología digital, porque no se me ocurre ningún trabajo en el que todo esto no haga falta. Sin un GPS ya no puedes ser taxista. Necesito que mis hijos sepan desarrollarse con normalidad en este entorno digital. Y una última reflexión: yo no sé alemán, sólo sé contar hasta veinte. Pero una chica alemana me explicó que la palabra “educación” no existe en alemán. Ellos tienen dos palabras para definir “educación”, así que cuando un español dice “educación” a ellos siempre les queda la duda de a cuál de las dos te estás refiriendo. Una de esas dos palabras hace referencia al traspaso de conocimientos, de información… La otra significa “modales”, comer con la boca cerrada, saludar cuando entras en una casa, etc. Nosotros, en lo que respecta a la tecnología, aún tenemos problemas de educación en el sentido de los hábitos y modales. El problema no es entrar en al bar con un móvil. El problema es que yo esté hablando contigo y saques un móvil. Es un problema de educación y todavía estamos aprendiendo. Tenemos que aprender a ser educados con esta tecnología.

 

Mobile? World Congress

marzo 17th, 2015 by genisroca

Captura de pantalla 2015-03-16 a las 19.12.45ViaEmpresa es el periódico empresarial digital de Catalunya, y con motivo de la décima edición del Mobile World Congress en Barcelona me pidieron una columna de opinión al respecto, que traduzco a continuación y cuyo original en catalán se puede consultar en este enlace.

 

Mobile? World Congress

Barcelona acogerá esta primera semana de marzo y por décimo año consecutivo el congreso mundial de telefonía móvil, un acontecimiento con 2.000 expositores que será visitado por 90.000 profesionales de casi 200 países, que cuenta con 4.000 periodistas acreditados y la asistencia confirmada de más de 250 directivos y directivas de primerísimo nivel mundial.

Según GSMA, la empresa organizadora, todo ello generará casi 13.000 empleos a tiempo parcial, y tendrá un impacto económico de unos 450 millores de euros para Barcelona y sus alrededores. Pero lo cierto es que toda esta gente no viene a Barcelona para hablar de teléfonos y que, pese al nombre de Mobile World Congress, este encuentro internacional ya no es un congreso de telefonía móvil. De hecho, hace tiempo que «mobile» no significa “telefonía”.

«Mobile» tiene más que ver con la evolución de los ordenadores, que con la de los teléfonos. Al principio los ordenadores ocupaban una habitación, después toda una mesa. Con el tiempo, consiguieron reducirse hasta tener el tamaño de un paquete de folios, y ahora son como un paquete de tabaco y algunos, incluso, como una tirita. Estamos presenciando la miniaturización de la informática, de la capacidad de generar, procesar y emitir datos. Antes, cuando teníamos los ordenadores en casa nos referíamos a ellos como ordenadores personales, les llamamos portátiles cuando los pudimos mover, y móviles cuando nos los pudimos poner en el bolsillo.

Hoy, ya los empezamos a denominar wearables para explicar que los podemos insertar a casi cualquier pieza o artículo que llevemos encima. “Mobile” y “wearable” son dos términos que significan lo mismo, es decir, la informática que un humano puede llevar encima. Porque si en vez de un humano quien lo lleva encima es un tren, un coche o una nevera, entonces lo denominanos IoT (Internet of Things, o Internet de las Cosas). Estamos empezando a diferenciar entre dos tipos de dispositivos informáticos: los que utilizaremos nosotros, y los que conectaremos a las cosas.

Así pues el Mobile World Congress no es un congreso de telefonía móvil, sino un congreso de informática para humanos. Sorprendentemente, la informática para objetos se exhibe en otros congresos, como el Smart City Expo, que también se celebra en Barcelona. Si el Mobile World Congress se continua llamando “Mobile” durante 10 años más acabará desapareciendo. Esto es lo que le sucedió al desaparecido gran salón de la informática que se celebraba en España, el SIMO (Salón Informativo de Material de Oficina), que asociaba la informática sólo a los usos de una oficina. En este sentido, la denominación Mobile World Congress, que vincula la informática que utilizamos exclusivamente a los teléfonos, podría tener los días contados. Ya veremos como, pronto, dejan de referirse a él como un «congreso de telefonía», de la misma manera que Telefónica ya se presenta como una operadora de contenidos, y no de telefonía (seguro que le acabarán cambiando el nombre).

Cuando decimos que todo será “mobile”, queremos decir que todo será o estará informatizado. Si se puede hacer con un ordenador, se hará desde un dispositivo móvil, o wearable, o lo que venga después, que será aún más pequeño, más integrado, más incorporado.

Lo que antes denominábamos «informática personal» ahora lo cualificamos como «mobile», y aquello que considerábamos «ofimática» (el software básico como un procesador de textos o una hoja de cálculo) es lo que hoy denominamos “apps”. Las apps son el nuevo software básico, y tienen una característica singular: el software se ha vuelto micro-modular. Pequeños programas para pequeñas necesidades. La arquitectura del software ya no busca integrarse en un gran paquete que lo resuelve todo y que todo el mundo puede utilizar, como fue Office de Microsoft, sino en miles o millones de pequeñas soluciones de software. Se trata de soluciones muy concretas y específicas, y por tanto muy sencillas, y a menudo de bajo coste, para que cada cual escoja y pellizque lo que le convenga para hacerse a medida su kit básico. No son aplicaciones para un teléfono, sino el software básico de la informática actual.

Antes había un par de fabricantes que dominaban el software en el ámbito mundial, y toda una retahíla de fabricantes de hardware con miles de modelos de ordenadores. Ahora hay un par de fabricantes que dominan el hardware en el ámbito mundial, y toda una retahíla de fabricantes de software con millones de apps. Pero esta retahíla de fabricantes de software también se ha puesto bajo control. Sorprendentemente, hemos permitido que toda esta multitud de aplicaciones se ofrezcan en sólo dos tiendas de escala mundial: la de Apple (iOS) y la de Google (Android). Algo que no tiene ninguna lógica. Si haces una app, la podrías oferecer a tus clientes, por ejemplo, desde tu web, y en cambio hemos aceptado dócilmente que la ofrecerás desde una de estas tiendas, aceptando sus condiciones (ellos deciden si la quieren o no, y si es de pago exigen una comisión). Un mercado de hardware muy concentrado, y un mercado de software radicalmente intermediado. Todo demasiado controlado. Sería necesario reaccionar porque no es bueno, ni lógico, que algo tan estratégico como la informática mundial esté tan controlado por tan pocos.

Bienvenidos, pues, a una nueva edicion del congreso de informática personal más importante del mundo. Un sector que nos afecta, y mucho, no lo olvidéis.

 

La tecnología es una milonga

octubre 4th, 2014 by genisroca

milonga

La tecnología es una milonga. Eso es lo que necesitan creer, o entender, muchos directivos para lograr superar los tiempos que se avecinan.

Porque en el fondo la piedra filosofal que transforma los tiempos que se nos avecinan no es sólo la tecnología, sino sobre todo la actitud. Hay quien cree que dispone de los elementos necesarios para reinventarlo todo, para atreverse a todo; y por el contrario hay quien vive estos tiempos con la sensación de que llega tarde, que todo es muy complicado y que está superado por los acontecimientos.

Hay quien aprovecha las actuales posibilidades y va incluso más allá de las normas, lucha, provoca, explora, muerde, inventa. Y por contra hay quien resiste, aguanta, protege, conserva, mantiene. Los primeros tienen ventaja ya que el actual entorno les aporta constantemente más y más munición: nuevos dispositivos, nuevos recursos, nuevas herramientas, nuevos contextos: un terreno abonado para todos aquellos dispuestos a reconsiderar las maneras de hacer. Los negocios siempre se han basado en trasladar una oferta a una demanda, o en saber detectar una demanda y proponer una oferta. Y para eso hacía falta un cierto control o de la oferta o de la demanda. Y de repente aparecen nuevas maneras de vertebrar tanto lo uno como lo otro.

AirBnB o Uber son una nueva manera de armar la oferta, de construir el catálogo. Lo que hubiera dado el inventor de AirBnB por poder gestionar las habitaciones de los hoteles Hilton del mundo. Lo que hubiera dado el inventor de Uber por poder disponer de los taxis de Barcelona. Lo que pasa es que al gestor de la cadena Hilton no se le ocurrió pensar como al inventor de AirBnB. Y al responsable de una empresa de taxis de Barcelona no se le ocurrió pensar como al inventor de Uber. Partían de marcos mentales distintos. Unos tenían ganas, muchas ganas, y los otros estaban acomodados, muy acomodados. O se sentían protegidos por alguna ley. Y la nueva tecnología disponible permite cosas a los que tienen ganas. Como las hubiera permitido a los acomodados si hubieran tenido ganas. Pero es difícil buscar comida obsesivamente cuando estás saciado, eso es más propio de los hambrientos.

Lo digital no depende de si eres capaz de adoptar una determinada tecnología –no tengo ninguna duda de que la cadena Hilton tiene mejor tecnología, y más cara, que AirBnB–, depende sobre todo de si eres capaz de abordar el problema desde otra perspectiva. Y esa otra perspectiva depende de si eres capaz de dar otro rol al que hubiera sido tu cliente (o tu proveedor), de si eres capaz de escalar sin construir una organización compleja (y distribuir tareas y negocio también fuera de tu entorno), de si eres capaz de reunir un grupo de gente dispuesto a reconsiderarlo todo (incluido el marco normativo si es necesario). No depende de la tecnología. Depende de la cultura.

Lo digital es cultural. De ahí que el cambio sea tan serio, y tan inaccesible para algunos (pese a tener mucho dinero, o mucha necesidad).

Cambios en las formas de acceder a la cultura audiovisual: de productos a interacciones

septiembre 19th, 2014 by genisroca

Visual404: Nuevos VisionadosVisual404 es un interesante espacio de reflexión y análisis sobre todo aquello que tenga relación con lo audiovisual. Alejados de los circuitos comerciales, observan y exploran la cultura audiovisual con rigor, criterio y personalidad, huyendo de la ortodoxia y sin miedo. Una de sus últimas aventuras ha sido preparar un dossier que han titulado Nuevos Visionados en el que varios autores reflexionan sobre como la tecnología está modificando las maneras de acceder, usar y consumir la cultura audiovisual. He sido uno de los afortunados invitados a participar en este ejercicio, y ésta ha sido mi aportación:

 

De productos a interacciones

El artista prepara su obra y cuando considera que la ha terminado la exhibe ante su público. Este ha sido el procedimiento más habitual en todo aquello relacionado con la expresión artística. El poeta prepara sus versos y luego los eleva a públicos. El cineasta filma y monta los planos, y luego los exhibe. El pintor retoca su óleo, y cuando lo acaba lo expone. Producir y luego mostrar. Y al mostrarlo, se entiende que la obra está acabada, terminada. El proceso de creación es más o menos íntimo, y al finalizarlo se expone la obra al juicio del público, el cual muestra su consentimiento o su desagrado. Los críticos opinan, los mercados valoran, las audiencias premian, y para que todo esto suceda hay un proceso de intermediación entre el artista y la audiencia, que es la distribución. Las distribuidoras y las salas en el caso del cine; las galerías y los museos en el caso de la pintura; las discográficas y los conciertos en la música; las editoriales y las librerías en la literatura. Con muchísimos matices, pero esta ha sido la estructura básica del proceso durante siglos. El artista crea, el intermediario distribuye y la audiencia consume. En este esquema el papel de la audiencia es el de espectador, mientras que el rol de creador se reserva para el artista. Yo creo algo, tu lo recibes.

Este es el funcionamiento típico en las industrias orientadas a producto. Lo importante es el proceso de producción y su distribución. Al extremo, es lo mismo tanto si haces una película como si haces una moto. Diseñas un producto y decides si va a ser para una gran audiencia o para una minoría, de dónde se deduce cuál va a ser el presupuesto y cómo la distribución. Una película para las masas, al estilo Hollywood, o una película de pequeños circuitos. Una Honda scooter para la ciudad, o una GasGas que sólo conocen los amantes del trial. Se parece tanto, que muchos diseñadores de motos se consideran artistas. Con razón.

Pero algo está cambiando. Con lo digital la audiencia abandona su rol de mero espectador y toquetea la obra, aunque su autor no quiera. Truca la moto, le cambia el tubo de escape y el sonido del motor es radicalmente distinto. Corta secuencias, captura fotogramas, mezcla, vuelve a montar, distribuye y exhibe. La obra expuesta ya no es un icono a admirar, sino materia prima para la siguiente obra que gracias a la tecnología disponible cualquiera pude pretender hacer.

Ya hay quien cuenta con ello. Crea sabiendo que su obra será modificada, y eso revoluciona todo el proceso creativo. No pretendo que mi versión sea la única: espero nuevas versiones. Deseo nuevas versiones. El éxito es que alguien quiera hacer su propia versión. Si fuera software sería código abierto. Si fuera diseño industrial sería publicar los planos, y no sólo exhibir la pieza. Si es cine es ofrecer los planos descartados por si quieres hacer otro montaje. Te enseño mi obra, pero te ofrezco las piezas por si quieres hacer la tuya a partir de ella. Y eso es aceptar que la audiencia también tiene genio creador, y que no va a ser un mero espectador.

Es una filosofía de vida. Apple diseña para evitar que puedas manipular y modificar sus dispositivos. Considera que los empeorarías. Ferrán Adriá publica sus recetas, y le parece perfecto que juegues con ellas. No te obliga a catarlas sólo si es él quien las cocina. Es más, cree que sobre esa base vas a hacer cosas que quizá le enseñen nuevos caminos.

En arte también hay quien hace obras cerradas y considera que si las toqueteas sólo puedes empeorarlas, y se protege contra ello. Pero cada vez hay más artistas que quieren, desean, necesitan que te incorpores a su trabajo. Ese segundo tipo de artista necesita saber de ti, qué haces, cómo avanzas, qué te interesa. Incluso puede que intente hablar contigo, que busque tu opinión y que idee formas para hacerte partícipe de sus procesos de creación. Es una forma tan distinta de crear, que pide que las formas de distribuir también sean nuevas, y por supuesto también las de monetización. Cambia la manera de ser creador, cambia la manera de ser espectador. Ambos son creadores y ambos son espectadores. ¿Quién es el propietario de qué?. ¿Quién debe pagar a quién?.

Tradicionalmente el análisis de la obra suele hacerse a partir del genio creador y su proceso creativo. Cuáles fueron sus motivaciones, sus impulsos, sus inspiraciones y sus influencias. Los porqués de su obra, los mensajes que quería hacernos llegar, lo que quería hacernos sentir. El creador y su obra suele ser el centro de la acción creativa: lo importante es la producción. Hay mucha teoría sobre cómo se hace el arte, y bastante menos sobre cómo se disfruta. El rol importante es el del creador, no el del espectador. El espectador es anónimo, el artista es célebre. Queda claro quién ha sido el importante hasta la fecha.

Pero las audiencias son cada vez más importantes, y lo valioso es conocerlas e interactuar con ellas. Las empresas de producto se orientan a la producción. Las empresas de servicios se orientan a quién pretenden servir. Las primeras lo saben todo de cómo se hace el producto, y trabajan duro para mejorarlo (y protegerlo). Las segundas lo saben todo de su audiencia y trabajan duro para mezclarse con ella (y hacer cosas juntos). También hay artistas orientados al control del producto y artistas orientados a la interacción con su audiencia. De momento sólo los primeros son masivos, y los actuales modelos de distribución y de negocio sólo les sirven a ellos. Y recurren al marco legal para protegerse ante la evidencia de que la audiencia ya no considera válidos esos modelos. Pese a la ley, la gente coge su obra y la manipula y distribuye como le viene en gana.

Hay un nuevo tipo de artista que considera que lo mejor que le puede pasar a su obra es que la manipules y la distribuyas. Es el mejor síntoma de que han conseguido interesarte o emocionarte. Te has implicado. Y en ese contexto el principal activo es conectar con esa audiencia capaz de implicarse en aquello que te mueve. Falta poco para que los museos ya no se definan por su fondo artístico, sino por la ciudadanía que son capaces de congregar. El principal activo de una discográfica en Barcelona debería ser que conoce a los amantes de jazz de la ciudad, en lugar de un armario repleto de grabaciones.

Este nuevo modelo no pretende sustituir al anterior. Seguirán habiendo superproducciones tanto en cine como en música o teatro. Y por mucho que se quejen de aquellos que les manipulamos y distribuimos como nos viene en gana, siguen ganando dinero porque se han espabilado y exploran nuevos modelos comerciales. Lo que me interesa, y mucho, es como esos nuevos artistas más colaborativos idean nuevos modelos de financiación de sus proyectos, de distribución de su obra y de interacción con sus audiencias, al margen de los circuitos ortodoxos ya que éstos sólo funcionan para lo masivo.

 

 

Cuatro años no es nada, y así nos va

agosto 6th, 2014 by genisroca

Hace ya casi cuatro años que comparecí ante la Comisión de Industria, Comercio y Turismo del Congreso de los Diputados para opinar ante sus señorías sobre el despliegue de las redes de alta velocidad en España. Cuatro años. Y revisando el video de esa intervención creo que si me volvieran a llamar volvería a repetir más o menos lo mismo, dado que la situación es más o menos la misma sólo que cuatro años más tarde, y por lo tanto más preocupante.

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Soy del parecer de siempre acudir cuando te llama un gobierno, sea del color que sea, y de acudir con ganas de aportar y de ayudar. Pero también soy de los que cree que raras veces va a servir de algo, y mucho me temo que esa comparecencia no sirvió de nada. Ya en ese momento escribí un post, y se puede leer la transcripción íntegra de lo ahí dicho en este PDF, pero insistiré y reproduciré los principales puntos ahí expuestos aunque de nuevo no vaya a servir de nada:

  • Hablar de redes de alta velocidad no es hablar de infraestructuras tecnológicas, sino hablar de servicios básicos para la ciudadanía. Hablar del despliegue de redes es hablar de las condiciones de entorno necesarias para la transformación social y empresarial.
  • Las redes y lo digital están transformando radicalmente tanto modelos sociales como económicos, y es clave de competitividad para el desarrollo del país. El futuro consiste en hiperconectividad a tiempo real. Redes distribuidas de conocimiento accesibles en movilidad y en línea.
  • Lo que hoy consideramos redes de alta velocidad mañana serán a duras penas servicios mínimos básicos. Antes de una década necesitaremos un ancho de banda de 1Gb por segundo en los hogares. Hablar de Alta Velocidad es engañoso, porque no hablamos de un servicio premium, sino de obtener la velocidad necesaria para desarrollarnos social y económicamente.
  • La explotación de las redes de cobre se está alargando en el tiempo sobre la base de un interés económico, pero el desarrollo de ancho de banda significativo debería responder a una agenda de interés nacional, es un tema de desarrollo de país y de desarrollo de ciudadanía.
  • El acceso a la red Internet equivale al acceso a la red eléctrica. El operador eléctrico discrimina mi acceso sólo en función de la potencia. Y eso es la neutralidad de la red: podemos discutir el caudal, pero no los usos.
  • El acceso a una potencia razonablemente alta debe tener un precio razonablemente bajo.
  • Las infraestructuras de red son de interés estratégico nacional y su desarrollo no puede depender de políticas comerciales de los operadores.
  • El Estado fija tarifas, coberturas y calidades mínimas en el servicio eléctrico y debería hacer lo mismo en Internet. El Estado debe garantizar la calidad y neutralidad de los operadores, auditar el servicio y publicar los resultados.
  • Los operadores deben garantizar la neutralidad del servicio comprometiéndose a ello en el clausulado del contrato que firma con el usuario.
  • Lo que hoy llamamos redes de alta velocidad deberá ser el servicio al que cualquier ciudadano debería acceder a un precio realmente módico, porque de ello va a depender su salud, su trabajo, su formación, su participación en lo público y su desarrollo social.